Una vez un guerrero indígena muy respetado y la hija de una mujer que había sido matrona de la tribu, decidieron casarse, para lo cual consiguieron el permiso del cacique de la tribu. Pero antes de formalizar el casamiento fueron a ver al Brujo, un hombre muy sabio y muy poderoso, que tenia elíxires y conjuros para conseguir la protección de los dioses. El brujo les dijo: "Bueno, hay un conjuro que podemos hacer... pero no sé si están dispuestos porque es bastante trabajoso". "Sí, claro", le dijeron. Entonces el brujo le pidió al guerrero que: -Escale la montaña más alta. -Busque allí al halcón más vigoroso. -El que vuele más alto. -El que le parezca más fuerte. -El que tenga el pico más afilado. -Y que, vivo, se lo traiga. Y a ella le pidió: -Vas a tener que internarte en el monte. -Buscar el águila que te parezca que es la mejor. -La que vuele más alto. -La que sea más fuerte. -La de mejor mirada. -Vas a tener que cazarla sola, sin que nadie te ayude y vas a tener que traerla viva aquí. Cada uno salió a cumplir su tarea. Cuatro días después volvieron con el ave que se les había encomendado, y le preguntaron al brujo: "¿Ahora qué hacemos?, ¿las cocinamos?, ¿las comemos?, ¿tomamos su sangre?, ¿qué hacemos con ellas?". El brujo les dijo: "Vamos a hacer el conjuro, ahora átenlas entre sí por las patas y suéltenlas para que vuelen". Entonces el águila y el halcón comenzaron a tropezarse, intentaron volar, pero lo único que lograron, fue revolcarse en el piso, se hacían daño mutuamente, hasta que empezaron a picotearse entre sí. El brujo de la tribu les dijo: "Este es el conjuro, si ustedes quieren ser felices para siempre vuelen independientes y jamás se aten el uno al otro”. |
domingo, 13 de abril de 2014
Sin ataduras
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